La red Galistea

La red Galistea

Título: La red Galistea.

Fecha de creación: 26/04/2020.

Autor: Juan Carlos Delgado Cejudo.

Tipo de publicación: distopía en forma de relato corto.

Resumen: Relato corto distópico sobre las redes sociales y los problemas derivados de compartir absolutamente todo en la red.

La Red Galistea - Logo

Desde que salió de Galisteo para ir a Madrid a la Universidad, a estudiar neurobiología, su único sueño era llegar a conocer el sistema neuronal humano de forma tan precisa como para llegar a comprender el funcionamiento de las ideas o lo que él denominaba recuerdos básicos. Para él los recuerdos realmente eran cadenas de nociones sencillas o primitivas que sólo tomaban conciencia o sentido, cuando todas las partes estaban unidas y en orden. Eran como las piedras que formaban la muralla de su ciudad natal: una a una, de forma individual, hubiesen pasado desapercibidas para cualquier persona, pero todas juntas tomaban conciencia y definían perfectamente la villa de Galisteo.

Tras doctorarse, Galisteo, Galis, como le llamaban sus amigos, obtuvo una beca para el MIT (Massachusetts Institute of Technology), donde se especializó en redes neuronales. Todas sus investigaciones iban encaminadas a conseguir extraer los recuerdos del cerebro humano y almacenarlos fuera de éste de forma que una vez aislados, pudiesen ser reinsertados nuevamente en el mismo o en otro cerebro. Esta técnica se basaba en recuperar del cerebro las partes de un recuerdo, de forma independiente, lo que él denominaba nociones, para que cobrasen sentido una vez agrupadas nuevamente en el cerebro. Su teoría sobre las pérdidas de memoria provocadas por el Alzheimer u otras enfermedades neurodegenerativas o simplemente por daños cerebrales derivados de agentes externos como insuficiencia respiratoria o contusiones, era que se trataba sólo de un desorden en las nociones de los recuerdos, es decir, la información seguía estando ahí pero se había perdido su estructura ordenada, por lo que el cerebro optaba por desechar el todo.

Hoy estaba de enhorabuena. Acababa de sintetizar un virus inocuo que era capaz de reproducirse en el cuerpo humano muy rápidamente, afectando al sistema neurológico, fundamentalmente al cerebro. Cada virus era capaz de copiar la información almacenada en una neurona así como la posición que esta ocupaba en la agrupación de nivel superior, hasta reproducir recuerdos completos. Cuanto más ratio de reproducción tenía el virus en un organismo, más recuerdos era capaz de transportar en su conjunto. Esto abriría un sinfín de posibilidades para la neurocirugía ya que se podría extraer la información de un cerebro dañado y reimplantar esta información en las neuronas que seguían conectadas al sistema nervioso (las no dañadas, según la neurocirugía clásica), e incluso ubicarlas en otro cerebro, lo cual empezaría a hacer viables los trasplantes cerebrales.

El virus estaba manipulado genéticamente de tal forma que su transmisión únicamente pudiese realizarse a través del flujo sanguíneo, por lo que se garantizaba el control del mismo y, por tanto, impedía la propagación no deseada. El experimento de hoy había consistido en aislar en una bolsa de sangre A+ de 500ml unas decenas de miles de estos microorganismos. Llevaba trabajando sin descansar durante la última semana, habiendo dormido a penas unas horas, pero había merecido la pena. Para rematar el día, iba a dejar preparada la inoculación de una segunda bolsa antes de irse a descansar con tan mala suerte que se llevó por delante uno de los muchos cables que serpenteaban por el suelo del laboratorio y cayó al suelo, golpeándose la cabeza fuertemente. Cuando despertó se encontraba en una camilla y, Franz, uno de los colaboradores del laboratorio, le estaba limpiando la sangre que tenía en unos de sus brazos.

—¿Cómo estás?—dijo mirando a Galis a la vez que limpiaba con la mano los restos de sangre—, parecía como si te hubieses hecho un corte en el brazo, pero está limpio. Será mejor que te vayas a casa y descanses.

Al día siguiente, cuando Galis se levantó y se sentó a la mesa a desayunar con Alice, comentó:

—Tenemos que comprar mermelada de naranja amarga. A Franz le gusta mucho.

—¿Franz? Pero si siempre dices que sólo habláis de trabajo, que no te da ni los buenos días.

—Sí, llevas razón, pero no sé por qué se me acaba de venir a la cabeza.

—La verdad que yo también he tenido un recuerdo tonto esta mañana. He recordado cuando besaste a Paqui por primera vez.

Galis se quedó pensativo y su cabeza empezó a buscar y rebuscar el momento en el que había contado a Alice esa anécdota infantil.

—Alice, yo nunca te he hablado de Paqui. Algo va mal —por su mente empezaron a reproducirse vertiginosamente las fórmulas químicas con las que había manipulado los genes del virus para controlar su transmisión—.

—¿De qué hablas?

—Algo va mal ­—dijo levantándose de la mesa y poniéndose la chaqueta para salir de casa—. Me voy. Luego te llamo. Es urgente.

Llegó al hospital en menos de media hora y saludó a Jessica, la recepcionista.

—Ten cuidado con los cables —le contestó ella—.

Jessica era la novia de Franz. Galis la noche anterior no había tenido tiempo de contarle a éste cómo había caído al suelo. Ni Franz ni Jessica podían saberlo… a menos que… y se le vino a la cabeza la imagen de Jessica saliendo de la ducha. Se echó las manos a la cabeza y echó a correr hacia el laboratorio, donde le estaba esperando Franz sentado en una silla del laboratorio, con los ojos fuera de sus órbitas.

—¿Qué me has hecho, Galis? Esta mañana he recordado tu primera borrachera en el pueblo, con 16 años. Y ahora se me viene a la cabeza, como si lo viera, tu primer beso

—¿Paqui?

—Sí, Paqui.

Galis salió despavorido del laboratorio a la vez que intentaba calcular cuántos días tardaría el virus en propagar sus recuerdos por todo el hospital, cuántas semanas tardaría el virus en propagar sus recuerdos por todo Cambridge, cuántas por todo Massachusetts, cuántas por todo el globo terráqueo y cuánto tiempo tardaría la especie humana en compartir todos los recuerdos de todas las personas.

FIN